Hace ya muchos años, casi 30, pero lo recuerdo con mucha claridad. Yo era estudiante de enfermería y ella, Rosa María, era la primera paciente que tenía asignada. Ambos compartíamos edad. Mientras yo iniciaba toda una vida profesional, ella se encontraba en la fase final de su vida, al estar padeciendo una enfermedad de esas que se califican de incurables. Aquella primera vez me tocó por dentro y mucho.
Poco a poco la experiencia y sobre todo el sentir de los colegas de profesión me fueron inmunizando ante este hecho y pasé a vivirlo como algo casi normal, que muchas veces se vive en silencio y en soledad. “A ello ya te acostumbrarás”, “el primero cuesta, después ya verás que poco a poco se va desdibujando”, “es normal”, “ya te irás creando la coraza”, me decían muchas compañeras.
En el ámbito de atención a las personas mayores, ello se vive muy de cerca. Ves entrar en la residencia a la anciana con una maleta a rastras –toda su vida en una maleta- y tú sabes que seguramente el día que salga de su nueva ‘casa’ será porque le habrá llegado el final de sus días.
Las enfermeras y enfermeros debemos acompañar en la muerte a nuestros pacientes o al menos ello forma parte de nuestro objetivo profesional. Algunos médicos, a veces, cuando no han podido curar al enfermo deben también enfrentarse a ello.
Psicólogos, farmacéuticos, auxiliares de enfermería, cuidadoras y trabajadoras sociales también tienen un papel fundamental. ¿Pero cómo gestionar nuestra angustia, nuestro sufrimiento como personas? ¿Quién nos ayuda, a quien recurrir? ¿Cómo puedo ayudar a la familia cuando yo también sufro mi propio duelo, aunque en silencio, de manera oculta, invisible?
Esto es, el duelo de los profesionales es el gran pendiente. Es algo que he detectado en mi último año profesional, cuando por mi trabajo he sido capaz de mirar las necesidades de los profesionales de la salud desde otro prisma, puede que más externo.Éste fue precisamente el eje de la última sesión que hace algunos días impartí a profesionales sanitarios del Hospital del Mar de Barcelona, en el marco del programa formativo de Grupo Mémora, que está trabajando en este terreno. La formación es importante, pero no es la única herramienta para dar respuesta a este reto.