“I jo, també em moriré?”, nuevo libro sobre duelo infantil

Para nuestros lectores en catalán, les recomiendo hoy, en el Día del Libro, mi última obra: “I jo, també em moriré?” (Y yo, ¿también me moriré?), sobre cómo ayudar a los niños y a los jóvenes a convivir con la muerte y la pérdida de los que quieren.

«Nada es para siempre, ni la tristeza ni la felicidad; todo lo que tenemos es temporal. [...] Saber que nada de lo que tenemos es para siempre nos ayuda a tomar conciencia de que podemos perder ya anticiparnos a la pérdida. Esta manera de entender la vida no tiene nada de triste ni de angustiosa, por el contrario, hace que tengamos un pensamiento encaminado a disfrutar de la vida cada día, como si fuera el último ».

Enseñar a los más pequeños de casa a vivir saboreando cada instante, a expresar sus sentimientos o despedirse de alguien que ha muerto es una tarea que primero debemos aprender nosotros, los grandes. Esto es lo que pretende Xusa Serra-enfermera especializada en procesos de duelo-, con un libro en el que nos da las claves para ayudar a nuestros hijos a desarrollar herramientas emocionales para afrontar una muerte, una separación, una enfermedad grave, y llegar a la edad adulta sabiendo gestionar las pérdidas de cualquier tipo.

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Los niños estan preparados para recibir la peor de las noticias, pero no para las mentiras

Carlos tenia tres años cuando su padre murió de forma inesperada en un accidente de tráfico. El inmenso sufrimiento familiar hizo que decidieran apartar a Carlos de todo aquel dolor y aconsejaron a su mama que le dijera que “papa se había marchado en un avión”. La dificultad para poder pensar absolutamente en nada de lo que les rodeaba, les hizo tomar aquella decisión y en aquel momento parecía que era lo mejor para el pequeño.
Con solo tres años el desarrollo cognitivo de Carlos no le permitió hacer preguntas elaboradas sobre lo que le decían. Para él papa se había ido de viaje y volvería más tarde, como lo hace todo el mundo. Mientras papa estuviera de viaje cuidaría de mama hasta que éste volviera y eso pareció que podía ser la mejor solución para evitar el dolor de Carlos.
Pero Carlos fue creciendo y de vez en cuando intentaba hacer alguna pregunta para comprender porqué su papa no volvía como los demás papas de sus compañeros cuando estos se marchaban de viaje.
Tres años después la mama de Carlos se encuentra envuelta en un mar de dudas sobre si aquella fue la mejor solución y nos ha pedido ayuda para poder saber de que forma hay de darle la noticia a su pequeño que actualmente tiene seis años.
La madre nos ha comentado que en estos tres años Carlos ha vivido un infierno mirando el cielo por si dentro del avión que pasaba podía ser en el que viajaba papa. También cada vez que oía por televisión la noticia de un accidente de avión, siempre pensaba que podía ser el de papa y vivía con auténtica angustia una circunstancia que pasaba desapercibida para otros niños. A demás constantemente preguntaba si la gasolina del avión de papa no se gastaba y quería saber donde paraba el avión a repostar para poder verlo.
Lo que Carlos por miedo no ha explicado a nadie han sido sus pensamientos sobre que parte de culpa ha tenido él para que su papa decidiera marcharse en avión y no volver. Algo muy horrible tenia que haber hecho ya que a sus compañeros no les ha ocurrido algo semejante. Preguntas sin respuesta en un niño al que la frase “papa ha tenido un accidente y ha muerto. Estamos todos muy tristes pero estamos juntos”, hubiera evitado un sufrimiento extraño y añadido.
Este último accidente de aviación en el que han desaparecido tantas personas ha sido decisivo para entender que el sufrimiento de Carlos se ha convertido en una agonía ya que ¿quien puede asegurar que su papa no está en ese avión?
La preocupación de su mama le ofrecerá la oportunidad de poder entender y hacer el duelo pendiente por la muerte de papa. Precisamente la palabra muerte le ayudará a dejar de sufrir por algo sin sentido, a dejar el resentimiento atrás y le de permiso para poder dar valor a las lágrimas pendientes por su papa.

Las Fiestas de Navidad. Como pueden ayudar los rituales en el duelo familiar

Cuando pregunto a los niños de las escuelas ¿Que es la familia? juntos nos damos cuenta que se trata de un grupo de personas que sienten interés por cuidarse mutuamente y además laten emocionalmente al unísono. Cuando nace un nuevo miembro, o uno de ellos encuentra trabajo o cuando forman una pareja, todos los demás están contentos. En cambio cuando enferma uno de ellos, o alguno es despedido del trabajo o alguien muere, todos están tristes y sienten dolor. El corazón de la familia late al mismo ritmo y por ello son personas importantes en nuestra vida, queridas y especiales.

Las fiestas de Navidad con su fin de año y Reyes, representan para muchas familias momentos de reencuentro, de compartir la necesidad de pertenecer a MI grupo y sentir cuan importante somos para él.
Las personas jóvenes que se han visto en la necesidad de marchar lejos para encontrar trabajo intentan volver a casa para empaparse de la energía vital generada por el grupo y marchar de nuevo con las pilas cargadas de protección y Amor. Los niños suelen esperar con gran ilusión estas Fiestas, ya que en ellas esperan que pasen cosas especiales como la llegada de un familiar que hace tiempo que no ven y sobretodo lo que les hace disfrutar de verdad del momento es que impere un ambiente de concordia y buen humor.

Son Fiestas llenas de distintos rituales y aunque cada grupo familiar tiene sus propias costumbres, tradiciones y creencias, el reencuentro, las comidas especiales, los regalos y la ilusión suelen ser ampliamente compartidos. Tradiciones que vienen de generaciones pasadas que se intentan conservar y mantener en el tiempo. Por todo ello son tan importantes, precisamente porque son herencia de quienes nos han precedido y de quienes formamos parte.

De alguna forma nos es difícil de imaginar cual es la fuerza, la trascendencia y la influencia que estas Fiestas tienen en nosotros, hasta que uno de los miembros de la familia muere y deja de estar físicamente presente. En este caso toda aquella ilusión se transforma en desgana y normalmente aparece una oposición a celebrar absolutamente nada.
Las familias explican cuanto duele escuchar los villancicos, ver las luces en las calles, los adornos de los balcones y las familias con sus regalos. Les duele recordar como eran las Navidades pasadas y darse cuenta que nada volverá a ser como antes.

Pero a pesar del gran dolor, sigue presente algo mucho más importante que las celebraciones en sí, es el motivo del reencuentro familiar de estas Fiestas el que da sentido a la vida de los presentes y en especial de los ausentes. Estar con el grupo, nuestro grupo familiar promueve el diálogo, la comunicación, la compañía y la sintonía emocional ya que todas las personas que forman parte de él, añoran al mismo ser querido que ya no está y juntos laten y siente por el o ella ya que para siempre formará parte de las vidas de sus familiares.

Podemos hacer que el reencuentro familiar sea realmente especial con sencillas acciones creativas y rituales que precisamente honoren el recuerdo del ser querido. Toda acción tiene una reacción y cuando hacemos algo por alguien muy especial que ha muerto, se transforma en momentos de paz para nuestra Alma. Los rituales solo se hacen a personas que nos importan, que amamos y amaremos para siempre.

Hacer aquella comida que le gustaba, poner ese día una música o canción especial para él o ella, escribir su nombre en la estrella del árbol de Navidad, encender una vela especial y escribir su nombre en ella o hacer entre todos ese pesebre que siempre hacia. En definitiva, tenerlo presente a través de nuestras acciones ayuda a nuestra Alma a conectar con la suya y a sentir un poco de satisfacción en momentos muy dolorosos. Los niños no deben quedar al margen de los rituales, ya que agradecen poder participar, compartir y sentir cuan importante es formar parte del grupo y en especial en estos momentos de dolor.

De corazón… Paz

¿Y si dejamos que los niños se acerquen?

El testimonio de numerosas personas que viven un proceso de duelo, así como las entrevistas con padres, madres y educadores, muestran las actitudes mas habituales que los adultos tienen hacia los niños y niñas en el momento de tratar las pérdidas y el duelo. En un intento por alejarles del dolor y evitar que sufran, aparece una actitud generalizada de negación que les deja sobretodo al margen de cualquier circunstancia familiar relacionada con las enfermedades, las pérdidas y la muerte de un ser querido.
Los niños, niñas y jóvenes captan rápidamente esta negación del entorno y el pacto de silencio dentro del núcleo familiar y en estos momentos, la confusión ante la aflicción puede provocar un aumento de la inseguridad y los miedos.

Una enfermedad grave no se puede esconder, las llamadas telefónicas, las visitas médicas, los estados de ánimo etc, no pasan desapercibidos a los ojos de los pequeños. Inevitablemente muchos van a vivir el proceso en silencio y desolación, sin información sobre el mismo y entonces sus numerosas preguntes quedaran sin responder.

La enfermedad de un miembro de la familia puede convertirse en todo un mundo de emociones y aprendizaje para todos, y para los pequeños también. Aprender a cuidar del otro nos da la oportunidad de sentir la satisfacción que representa acompañarle en este momento de la vida y cuando tienen la oportunidad, los niños quieren sentirlo también.

Es común observar como los niños y niñas imitan los hechos mas que las palabras y la forma de proceder de los adultos hace que respondan con la misma sobreprotección con la que actúan los adultos. Cuando los adultos encuentran mil escusas e intentan alejarse de una situación dolorosa, los pequeños aprenden a hacer lo mismo. Pero estos niños serán adultos antes de que nos demos cuenta y cuando les llegue el momento de cuidar de nosotros, no habrán descubierto que se trata de un acto que responde a una necesidad propia y del grupo.

Muchas son ya las personas que dudan de que este camino sin piedras sea beneficioso, cuando lo que desean los pequeños es sentir que forman parte de la familia, en los buenos momentos y en los difíciles. Con ello se sienten pertenecientes a su grupo y la sensación de seguridad y protección tiene relación con saber todo lo que pasa a su alrededor. Quedar al margen como les ocurre a muchos de ellos provoca un aumento de trastornos emocionales detectados en los últimos años. Por lo tanto diremos que la ignorancia, provoca miedo y desconfianza, el saber, en cambio se convierte en seguridad. Lo que se vive y se siente de niño, acompañará la vida del adulto que será mañana. ¿Y si dejamos que nuestros pequeños se acerquen, descubran y aprendan?

Carta de Nora: la muerte impuesta de papa

En general podemos llegar a comprender con mayor o menor facilidad la existencia de una enfermedad en cualquier órgano de nuestro cuerpo y como precisamente ello nos ayuda a entender algo mejor el proceso de morir. No obstante, cuando enferma el cerebro y una enfermedad mental es vivida y padecida ya sea de forma crónica, como de un trastorno transitorio, nos cuesta mucho más comprender lo que vive la persona y la lucha que mantiene consigo mismo para seguir viviendo.

Por este motivo hablamos de una muerte que se aleja inexorablemente de la comprensión de los demás y que deja a las familias en una situación de vulnerabilidad extrema, con profundos sentimientos de culpa y además, socialmente cuestionados por lo ocurrido. Cuando el padecimiento de una persona es de tal magnitud que unicamente ve en la muerte una forma de descanso no estamos hablando de una muerte voluntaria o caprichosa, si no de una muerte impuesta por la situación vivida. En general no entendemos que alguien pueda llegar a tener necesidad de morir y por ello acabamos juzgando algo desconocido, ya que no es ni vivido, ni sentido. Muchas personas que viven en esta situación, a lo largo de su vida hacen auténticos esfuerzos para salir repetidamente del laberinto del sin sentido en el que se encuentran. Pero en ocasiones su vida es tant difícil de ser vivida, que su capacidad de supervivéncia queda seriamente comprometida aunque desde fuera pueda parecer que tienen una vida idílica.

Nora tiene 18 años y ha querido compartir esta carta tan especial para explicar lo que vivieron y estan viviendo junto a su madre y su hermano de 14 años, después de la muerte impuesta de su papa hace poco más de un mes. También nos explica lo que les ayuda y les perjudica en estos momentos tan difíciles de ser vividos.

“Salgo a la calle una mañana más y oigo los comentarios de la gente como de costumbre. De vez en cuando alguien decide apresurarse a mí y, con una mueca de un supuesto inmenso dolor, decide otorgarme su más sincero pésame, para luego añadir: “¿Por qué lo hizo tu padre, si él lo tenía todo?” Y jamás me atrevo a responderles:  “Sí, lo tenía todo: todo revuelto en su inmensa mente y no sabía salir del agujero en el que se encontraba inmerso, y esa es la salida que su humilde visión de la vida le ofreció”. Sin embargo, con ojos tristes y con una forzada sonrisa les doy las gracias y continúo mi camino. “Ellos no lo entenderían” pienso mientras paseo absorta,  adentrada en mis más oscuros pensamientos y en mis más tristes recuerdos. Nadie parece entenderlo, ¿verdad? Todos pensamos en locura, en las enfermedades mentales, tan repudiadas y rechazadas por nuestra sociedad actual hoy en día. Es entendible que estas cosas estén al alcance de pocos si no se ha pasado por tal experiencia, pero hay que abrir la mente y dejar de lado ese dogmatismo hacia este tema y concienciarse de la gravedad del suicidio y de las enfermedades que llevan a realizarlo.

Bien es cierto que mi padre lo tenía todo: una familia estupenda, un trabajo que cubría nuestras necesidades económicas y el calor de unos amigos estupendos. Nada parecía ir mal en su perfecta vida, excepto su mente. Y ahí nadie podía entrar, nadie podía hurgar en la herida más profunda y desconocida del hombre, que es una enfermedad mental; nadie excepto él, y todas aquellas personas que sufren y padecen este calvario. Parece algo común, pero no es así. Ese sufrimiento, ese deterioro de mi padre día a día, atentando contra su salud en varias ocasiones, relegando su vida al aislamiento más profundo y absoluto. Depresión mayor era su enfermedad, tan válida y grave como cualquier cáncer o dolencia cardíaca. Y esa depresión, ese cáncer mental, pareció ser su perdición. Su rutina ya no era la misma de antaño. Su trabajo no parecía importarle y ya no hablaba ni se relacionaba con nadie. Su mirada hacía tiempo que se había perdido en un inmenso horizonte desconocido y desconcertante, oscuro y aterrador.

Su mente divagaba entre pensamientos que le entristecían y le desesperaban y su forma de ser pasó a ser la sombra de lo que un día fue mi padre, el esposo de mi madre, el hijo, el hermano, el amigo y un millar de calificativos más que podría añadir en una larga lista de adjetivos que describían a un hombre jovial, dulce, humilde y divertido que había entregado su vida a los demás en cuerpo y alma. Pero su depresión pudo más y poco a poco lo iba matando. Este sufrimiento lo padecíamos todos; sus breves comentarios sobre su poca ilusión de vivir y sus ganas de despegar de este mundo para no volver jamás resonaban en mis oídos y se clavaban en mi alma como puñales ardientes que me hacían estremecer cada día, cada minuto, cada segundo. Ya no era la persona que conocíamos y nadie pudo remediar que su mente le jugase esa mala pasada. Especialistas, medicamentos, terapias, charlas familiares. ¿De qué servía? Nadie podía ayudarle. A nadie le comentábamos nada porque nos daba cierto reparo la opinión de la gente y sus comentarios que, de alguna forma, siempre serían ofensivos en menor o mayor grado. Y al final, un seis de mayo, sin saber aún del todo como funcionaba la vida y su propia mentalidad, sin hallar explicación en este mundo horroroso y maravilloso a la vez, sin una esperanza o un aliciente al que agarrarse, sin nada a lo que aferrarse, decidió saltar a la vía del tren y, sin más dilación, se dejó arrollar.

¿Es una muerte voluntaria? Es evidente que no después del relato de mi experiencia. Como bien me dijo un día una persona, es tan solo una muerte impuesta: impuesta por una enfermedad que te atrapa y te arrastra a tu propio mundo, a tus propios pensamientos.

Una dolencia que te hace padecer y sufrir una lenta agonía insufrible y desgarradora, que te aparta de todo lo que un día amaste y te hizo feliz. Desde aquí me gustaría cambiar el pensamiento de esas personas que, mal informadas e ignorantes de experiencias como la mía o como muchas otras, dicen que el suicidio es una vía de escape voluntaria a una vida que ya no complacía al susodicho. No señores, no se confundan, el suicidio es tan solo el punto y final de una enfermedad que nadie busca ni desea. Soy plenamente consciente de que mi padre no quería ese desenlace, ni ese final para su vida. Tenía 46 años y me había prometido conocer a mis hijos, pero no pudo. Poder es la palabra, no querer en este caso. No pudo librarse de las ataduras de la depresión, no logró emerger del pozo en el que había caído y, desgraciadamente, perdimos a una gran persona ese trágico seis de mayo. Preso de una enfermedad, se marchó. Dejó 46 años de su vida atrás y no creo que lo hiciese porque quisiera, sino porque su mente no le daba otra opción y fue ese seis de mayo la primera vez en mucho tiempo en que mi padre, enfermo terminal, vio la famosa luz en forma de suicidio y, por primera vez también en mucho tiempo, se sintió aliviado y apartado del dolor que padecía hacía muchos días atrás. Por primera vez, mi padre encontró la cura al infierno que la vida le había interpuesto, y por un momento fue feliz dentro de su enfermedad. De verdad creo y pienso firmemente que no es que quisiera morir, fue simplemente un arrebato, una crisis depresiva profunda la que le llevó a morir. Sé perfectamente que si, por un momento, mi padre hubiese tenido un segundo de lucidez, no habría provocado su propia muerte.

Es por eso, personas del mundo que desconocéis o juzgáis a estas personas, que intento que estas palabras lleguen al corazón de la gente en forma de relato de una chica de 18 años que tiene que contar esta experiencia en repetidas ocasiones. Espero que se tome conciencia de las enfermedades mentales y su gravedad, que se reabran las investigaciones a curas de enfermedades como la esquizofrenia, los trastornos de la personalidad o las depresiones entre otras y que se sustituyan los antidepresivos y los calmantes por métodos más eficaces y menos somníferos y antipersona. Es solo mi humilde opinión, que espero que a nadie moleste, y que espero que sea escuchada en nombre de Juan Pedro Ruiz Valdivia, el hombre que nos ha dado una gran lección de vida sobre las personas enfermas mentales y sobre el sufrimiento que padecen día a día atrincheradas en sus habitaciones de hospital preguntándose cuando acabará esa pesadilla de la que son protagonistas”.

Muchas gracias Nora!

 

La discapacidad emocional de las mentiras y los secretos

Wu Minxia de 27 años, de nacionalidad china, es la campeona olímpica en salto de trampolín de tres metros sincronizada, tres veces campeona olímpica y seis veces campeona mundial. Triunfó en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, Pekin 2008 y Londres 2012, pero no todo han sido caminos llenos de rosas, ya que desde los 16 años se vio obligada a residir en una escuela estatal y vivir alejada de su familia. Ahora a la edad adulta se ha dado cuenta que a lo largo de su elitista carrera deportiva sus padres se han visto obligados a mentirle sobre la situación familiar.

Hace ocho años a su madre le diagnosticaron un cáncer de mama y para no interferir en su carrera se decidió ocultárselo. “Nunca hablamos con ella de lo que está pasando en casa”, decía su padre a un periodista.

Pero lo más preocupante estaba aún por llegar cuando hace un año murió su abuela a la que estaba muy unida aunque fuera en la distancia. El día antes de su muerte Wu llamó a sus padres para preguntar si todo estaba bien, pero la abuela estaba muriendo y fue como si Wu de alguna forma lo presintiera. El abuelo también murió al poco tiempo y Wu no fue informada, “Incluso mantuvimos en secreto la noticia que sus abuelos habían muerto. Ha sido así durante muchos años. Hace tiempo nos dimos cuenta que nuestra hija no nos pertenece completamente”, explicaba también su padre.

Wu a los seis años entro en el programa 119 donde se identificaban atletas de distintas disciplinas y recibían entrenamientos con el único objetivo de llevarse a sus países el preciado oro. Las mentiras se han acumulado a lo largo de años de duro entrenamiento y solo después de conseguir ganar en Londres, Wu fue informada de la realidad de su familia y cuando lo supo, inmediatamente anunció su decisión irrevocable de retirarse.

Para Wu es demasiado cruel verse manipulada hasta estos extremos. No pudo estar al lado de su madre durante la enfermedad, ni despedirse de sus abuelos y no les pudo llorar cuando era su momento. Se ha sentido emocionalmente discapacitada, cuando todo lo que ocurría a su familia era lo más importante para ella.

Es frecuente ver como muchos atletas que viven su tragedia personal son capaces de convertirlo en reto y fuente de inspiración. Joannie Rochette la patinadora canadiense dedicó su triunfo a su madre después de su repentina muerte y a pesar de la inmensa tristeza, ello la lleno de satisfacción y la ayudó en su proceso de duelo.

Clàudia y Wally. Los Rituales, un puente de Amor. II parte

Desde hace miles de años que las personas, e incluso algún animal mamífero, como las lobas, sentimos la necesidad de enterrar a nuestros seres queridos. Cuando un animal muere en un bosque, la propia naturaleza se encarga de transformar el cuerpo inerte en alimento que generará nueva vida. Por lo tanto la vida y la muerte están sujetas a un orden natural y que fluye e influye en la vida entera del Planeta. Gracias a los entierros que realizaban  nuestros ancestros hemos podido saber muchas cosas de su vida, costumbres y poder entender así también de donde venimos.

Dicho esto, días después del entierro de Wally, algunas personas que paseaban a sus perros, se dieron cuenta de la existencia de la pequeña tumba entre los árboles del bosque. Curiosamente ello provocó alguna reacción extraña hacia la imagen de la pequeña tumba y especialmente por el nombre escrito en el trozo de madera.

Informaron a la familia de Clàudia de la imposibilidad de enterrar a las pequeñas mascotas, en un bosque. Clàudia no comprendía lo que decían los adultos, ni la función de unas normas que una vez más y como a ella misma le ocurrió cuando quería visitar a su abuelito Coi Coi en la UCI, nos alejan de poder expresar lo que sentimos y del propio ciclo natural de la vida.

Actualmente muchas mascotas mueren en consultas de veterinarios y las familias deciden dejar allí el cuerpo. Esta forma de actuar que puede ser válida para algunos, no lo es para todos. Aquellos que sienten la necesidad de dar sepultura como ritual y forma de expresión de las emociones han de poder hacerlo, por supuesto con las debidas medidas (no usar bolsas de plástico, enterrar directamente en el suelo y a una profundidad suficiente) y la Naturaleza en poco tiempo se encarga dulcemente del resto. ¿De veras resulta extraño enterrar a una mascota en un bosque? Se pregunta Clàudia.

Clàudia y Wally. Los Rituales, un puente de Amor. I parte

Wally era un perrito que tenia cinco años cuando nació Clàudia. Cuando sus padres la llevaron a casa, Wally salió a saludarla y a darle la bienvenida como nuevo miembro de la familia. La infancia de Clàudia ha estado siempre ligada a un ser que se dedicaba en cuerpo y alma a estar pendiente de ella.

Juegos, secretos y compañía fueron los regalos que se prodigaron a lo largo de diez años. Wally envejeció y como el abuelo necesitó cerrar su ciclo de vida y morir junto a los suyos. No hubo diferencias, solo una, que Wally murió en su casa y junto a toda la familia.

Por supuesto a Clàudia se le permitió estar junto a el cuando este al final pidió que le ayudaran a morir. Junto a sus hermanas mayores, lo acariciaron mientras ellas mismas amortajaban con un trozo de ropa blanca, su pequeño cuerpo. “Mirad ahora Wally se parece a una momia”, dijo Clàudia.

El pequeño Wally tenia predilección en pasear por un bosque cerca de su casa. Por ello pensaron que ya que el bosque había dado tanta vida, ahora era el momento de devolver y contribuir a generar más vida. Clàudia escogió un trozo de madera e inscribió el nombre de Wally. Al día siguiente fueron al bosque y enterraron su cuerpo, hicieron un pequeño y hondo agujero para evitar que otros animales lo desenterraran. La madera que había hecho Clàudia también se colocó en el lugar. Fueron momentos llenos de ternura, complicidad y por supuesto dolor. Juntos lloraron y le expresaron su agradecimiento y amor.

Cuando pasean por el lugar donde está enterrado dejan una piedra y ello les ayuda a sentirse mejor. Gracias al abuelo, Clàudia aprendió que los rituales tienen un benefició emocional para los supervivientes, ya que se convierten en puente de expresión del Amor y como consecuencia una inversión en la salud emocional de niños y adultos.

De la misma forma que Messi dedica a su querida abuela, mirando y señalando el cielo cada uno de los goles que hace en señal de agradecimiento por creer en él y ayudarlo a conseguir su sueño, cada persona puede encontrar sus propios rituales y descubrir la satisfacción que pueden llegar a representar.

Enterrar a un ser querido, es un ritual que nos ayuda a despedirnos, a dar sentido a su vida, a su AMOR y a expresar los sentimientos. Los rituales son absolutamente creativos y son una ayuda impagable en el camino de duelo. Por ello, solo necesitamos hacerlos por quienes queremos, son nuestro regalo.

Esta es la primera Navidad de Clàudia sin Wally y la tercera sin el abuelo Coi Coi, pero el colgar del Árbol un dibujo especial para cada uno de ellos, ha sido como un guiño de complicidad y magia, y que aporta cierta tranquilidad a la tristeza de las navidades sin el ser querido. Clàudia, estos rituales serán como un puente que te ayudaran a seguir por un camino de duelo saludable y que precisamente es lo que querrían para ti, el abuelo y Wally.

CLÀUDIA Y EL ABUELO COI COI. RITUALES UN PUENTE DE AMOR

Este articulo pretende exponer la vivencia de una historia muy común relacionada con la forma extraña que tenemos los adultos al tratar las pérdidas, la muerte y el dolor que se desprende. Consta de tres partes entrelazadas basadas en la historia de Clàudia y la muerte de sus seres queridos.

Clàudia es una niña de diez años que aprendió a los siete, a raíz de la enfermedad y la muerte de su abuelo, el valor de los rituales y el beneficio emocional que representan.

Su abuelo Coi Coi, se puso muy enfermo y fue necesario su ingreso en una Unidad de Vigilancia Intensiva. Clàudia pidió a sus padres poder visitar al abuelo en la Unidad ya que parecía que se encontraba en una situación crítica e incompatible con una recuperación. Los padres consultaron e hicieron extensivo a los profesionales el deseo de Clàudia, pero la respuesta del Centro fue que existía una Norma “Los niños menores de catorce años no pueden entrar en este espacio”.

Los padres informaron a Clàudia de la imposibilidad de poder ver al abuelo, pero que no obstante la mantendrían informada en todo momento de lo que ocurriera. La pequeña asintió en unos momentos muy difíciles para la familia, no quería añadir más trastorno, pero no comprendió los motivos de la negativa a poder estar al lado de su querido abuelo.

Los días pasaban y Clàudia volvió a insistir hasta tal punto, que los padres se replantearon si la normativa existente de que los pequeños no puedan visitar, si así lo desean, a su ser querido en la UCI, era adecuada. Las dudas tomaron peso y se acabaron preguntando si las Leyes en este sentido respondían a las necesidades de los niños o bien a las dificultades de los adultos.

Clàudia sentía que su abuelo no podría aguantar mucho más y suplicó una vez más poder estar a su lado. Finalmente los padres decidieron dar a la pequeña lo que pedía y la llevaron al lado del abuelo… ¡y se saltaron todas las normas!

Los momentos en que Clàudia estuvo a su lado estuvieron llenos de Amor y ternura. Los profesionales observaban emocionados cada palabra y movimiento de Clàudia. Aunque el abuelo se encontraba en estado de coma profundo, la pequeña tuvo la oportunidad de poder tocarlo, acariciarlo, hablarle y preguntar por las cifras que aparecían en los aparatos que envolvían al abuelo. Aprendió el valor de poder cuidar del abuelo, aunque no se pudiera curar.

Sintió cuan importante es el soporte del grupo familiar, en estos momentos de la vida. El abuelo le dio la oportunidad de recibir unas lecciones de vida que nunca llegará a encontrar en ningún libro y las aprovechó todas.

Días después le hizo un precioso dibujo que colgaron delante de la cama. Clàudia decía “aunque este dormido el abuelo sabe que estamos aquí”. Fueron días difíciles pero la visita de Clàudia llenó de cariño un espacio altamente tecnificado. No tuvo ni una noche con pesadillas ya que se le permitió en todo momento, sentir y expresar lo que sentía.

El abuelo esperó la visita de Clàudia antes de morir y se llevo con él, el mejor regalo de la pequeña, SU AMOR.

En estos momentos el Centro está modificando las normas al respecto y han decidido dejar que los niños de cualquier edad puedan visitar, si ese es su deseo, a su ser querido. Desde este espacio felicitamos esta iniciativa ya que por mas pequeños que sean, su AMOR es igual de grande que el nuestro y sus necesidades también.

Niños: seguridad, supervivencia y vida

Son muchos los signos que demuestran nuestra “negación” hacia el hecho de morir y vivimos la vida como si las adversidades solo ocurrieran a los “otros”. Esta “negación” por diferentes motivos se traduce en inconciencia y desconocimiento del peligro existente y que nos envuelve en la Vida .

Pensamos que la muerte es algo que ocurre a los demás o que solo es patrimonio de personas muy mayores y enfermizas. Esta creencia la trasmitimos inconscientemente y a través de nuestros actos a los niños/as y jóvenes y ¿si no son plenamente conscientes de los peligros como van a aprender a protegerse?

Y realmente podemos morir a cualquier edad por infinidad de causas y de todas ellas, las muertes de personas jóvenes son las más difíciles de comprender.

Integrar intelectualmente una muerte inesperada y en especial de una persona joven, es complicado y en especial por los inevitables e incontrolados sentimientos de culpa que suelen aparecer.

Cuando un niño/a o joven muere, más que nunca nos hacemos la pregunta ¿Por qué?. Cuando los pensamientos que genera esta pregunta nos afectan directamente y pensamos que podíamos haber hecho algo para evitarlo, la persona queda sumida en una espiral de emociones que pueden dificultar su propia vida durante mucho tiempo.

Las situaciones de las que fui testigo indican que hay un largo camino para recorrer en la recuperación de los valores de la Vida. Ello nos ayudaría a tomar conciencia de que disponemos de recursos innatos y otros fruto de la invención, para evitar precisamente peligros que amenazan nuestra Vida.

Estaba sentada esperando el autobús cuando ante mi pasó conduciendo su coche una abuela con su nieto de unos ocho años de edad. El niño iba sentado en el asiento del copiloto y sin el cinturón de seguridad. Los dos iban inmersos en una divertida conversación y totalmente ajenos a los peligros que les rodeaban.. una frenada inesperada, un paso de peatones o un stop. Cualquiera de estas circunstancias provocaría que el niño saliera disparado del coche a una gran velocidad. Mientras se alejaban disfrutando del momento, pensaba en como quedaría su vida a partir de ese inesperado y minúsculo instante.

Estoy convencida de que tuvieron suerte y llegaron a su casa sin incidentes, pero ¿y la semana que viene o el mes próximo? Llegar a nacer a la Vida necesita de los ingredientes “suerte y aventura”, pero también en todos los aspectos para saber conservarla.

Aquella abuela no fue la única que durante un corto espacio de tiempo llamó mi atención. De un autocar escolar una mama recogió a sus dos pequeños de corta edad. Observé satisfecha como los colocaba sentados en sus respectivas y modernas sillas con todas las protecciones del mercado.

La verdad es que por un momento respiré tranquila y pensé “estos peques aprenden de mama que para poner en marcha el coche hay que ir siempre protegido”. Pero de golpe observo atónita que cierra la puerta del coche, se coloca en su asiento y se aleja. No me lo podía creer, ¡había colocado a los niños en sus sillitas pero sin atarlos!. Tenia las mejores sillas del mercado pero no había comprendido que la palabra seguridad está relacionada con la Vida.

Pensé que estas personas hacían las cosas de esta forma porque piensan que nada les puede ocurrir a quienes mas quieren. Quizás aquella noche en la seguridad de casa y mientras cenaban, pudieron ver junto a sus hijos y a través de la pantalla de la televisión, las noticias de muertes lejanas.

La parte positiva es que todos aprendemos de todos y observar a estas personas me sirvió para comprender que tenemos un trabajo a realizar y por ello les doy las gracias.

Cuando voy a las escuelas, para tratar las pérdidas, el duelo y la muerte con los niños/as y jóvenes, y a partir de aquella tarde, uno de los temas que trabajamos es precisamente los peligros y como nos podemos proteger, para que sean ellos mismos los que sepan reivindicar su propia seguridad y supervivencia.