El dolor que no cesa.
Se compara el dolor que causa una pérdida por suicidio con el estado de postración que sufrieron las víctimas de los campos de concentración de la Alemania nazi, con el estrés postraumático que sufren las víctimas inocentes de una guerra. Todos los que hemos sido testigos o hemos sufrido esas experiencias sabemos de la absoluta devastación que causa en nuestro estado.
Algunas de las personas que han contactado conmigo a través de nuestra Asociación (DSAS) hablan de una sensación de amputación, que causa sensaciones físicas dolorosas, insufribles, o comparan su ánimo con una ciudad arrasada por un bombardeo. Un dolor desesperado, sin consuelo; que nos incapacita para cualquier acción; imposibilitando por un tiempo a veces muy prolongado, nuestra vida tal y como la conocíamos hasta ese momento. Un dolor que nos abate, inmoviliza, aleja de los demás, difícil de compartir, de explicar.
Un estado en el que fácilmente podemos quedar atrapados durante mucho tiempo sin poder evitarlo, pues la pérdida que hemos sufrido contiene todos los afectos pero también todos los interrogantes, los misterios de una muerte que resulta en muchas ocasiones insoportable aceptar y mucho menos entender.
El peso del calendario
Habitualmente, este estado de ánimo de profundo abatimiento, de incapacidad física y mental, se asocia a la fase más intensa e inicial del duelo; puede prolongarse unos meses, pero también puede durar un tiempo bastante superior. El primer año supone un reto permanente para las personas que sufren este tipo de pérdida: cada nueva fecha del calendario se convierte en una prueba difícil de afrontar. Todo ocurre sorprendentemente por primera vez,… el primer cumpleaños, los nuestros y el de la persona ausente. Se sobrevienen celebraciones familiares, festividades sociales aunque no tuviéramos costumbre de celebrarlas, indicándonos que la vida sigue con “normalidad”, cuando lo que desearíamos es que todo se detuviera; que el tiempo no avanzara, pues el paso del tiempo confirma su ausencia, la certeza de que no va a volver.
Sobrellevar la ausencia supone un esfuerzo enorme. Necesitamos, queremos que nos duela, pues entonces su recuerdo se hace más físico, llena de emoción el enorme vacío que ya no puede ocupar físicamente. Nuestro recuerdo es el único lugar donde nuestros seres queridos van a habitar a partir de su muerte, y por eso deseamos, a veces desesperadamente, que nos duela, pues nuestro temor a olvidarlos se asocia a esa experiencia dolorosa.
Si por un momento esa sensación nos abandona, si por un descuido sonreímos, la culpabilidad puede invadirnos para devolvernos a nuestro estado, recriminando que hayamos sido capaces de olvidar por un momento.
Pero la vida no se detiene, y nuestra familia, nuestros amigos muchas veces pueden mostrarse impacientes o no alcanzar a comprender este proceso. La vida nos arrastra hacia la “normalidad”, requiriendo volver a recuperar nuestras actividades, nuestras rutinas… O lo que es peor, a encarar unas vacaciones sin nuestro ser amado, sin ella o él. ¿Cómo irnos unos días a otro lugar?, ¿Cómo dejar sus cosas, su habitación sola, tan vacía?… ¿Cómo alguien puede suponer que podemos disfrutar del sol o de las vacaciones?
Empezando a convivir con el recuerdo
No es cierto que el tiempo lo cure todo, no basta con sentarse resignado a la espera de que el paso de lo años surta efecto, deberemos poner nuestro empeño, y afrontar las tareas que este viaje exige para encontrar la serenidad en nuestro duelo.
La primera vez no resulta nada fácil, pero será la primera de muchas, pues con suerte nuestra vida será larga y tendremos mucho tiempo para celebrar su recuerdo, todo el amor que sentimos y que sentiremos con el paso de los años. El dolor suele apaciguarse con el paso del tiempo, pero el recuerdo permanece. Su presencia no es tan perturbadora, aprendemos a convivir con él, sin que nos impida hacer otras cosas, emprender nuevos caminos, aunque siga acompañándonos.
Paulatinamente vamos firmando las paces con las partes del recuerdo que nos hieren más: la forma de su muerte, las visiones de su sufrimiento, nuestra frustración e impotencia, en ocasiones la prolongada enfermedad mental que ha precedido a su suicidio, las tentativas anteriores hasta que lo consiguió; en otras lo súbito e inesperado y todos los sentimientos de culpabilidad e incomprensión que esa experiencia conlleva.
Es importante encontrar un espacio para preservar el recuerdo, una especie de burbuja en la que nos podamos refugiar cada día un momento, facilitando nuestro equilibrio, que hablemos, que recemos si es nuestro deseo, que escribamos sobre nuestros sentimientos, o los compartamos con alguna persona de nuestra confianza.
Algunas personas explican el temor que sentían ante la proximidad del día del aniversario de su muerte, o del cumpleaños, pero para su sorpresa fueron mucho peores los días previos, pues ese día lo dedicaron a rememorar su vida en común, visitando el lugar que les gustaba, o viendo algún viejo video, revisando las álbumes fotográficos, reuniéndose con sus amigos y amigas, con la familia…
Es bueno encontrar nuestro propio e íntimo ritual para sentirnos próximos a quien perdimos. No traicionamos a nadie por sonreír al recordar algo divertido. No cometemos ningún delito si luego bajamos a la playa y dejamos que nos bañen las mismas aguas que un día los bañaron a ellos, o si paseamos por el bosque, bajo el mismo cielo que contemplaron sus ojos. No somos peores personas por desear dormir sin que las pesadillas nos atormenten.
Formulando un propósito.
Un buen comienzo podría ser plantearnos un propósito: darnos permiso. Mientras esto no suceda será difícil avanzar. Debemos autorizarnos a recuperar nuestra alegría, a recordar que podemos sentir felicidad. No se trata de no sentir nuestra pérdida, en ningún caso de olvidar: su recuerdo nos acompañará, formando parte de nuestras vidas para siempre, mientras vivamos. Se trata de permitirnos, poco a poco, sin prisas, volver a la vida enriquecidos con las emociones que experimentamos. Todo ese dolor puede enfermarnos, atraparnos en la lógica de la muerte (entonces podemos necesitar ayuda profesional para seguir adelante), pero puede en la mayor parte de los casos, descubrir facetas de nuestra vida que han precisado de todo ese dolor para volvernos más comprensivos, más pacientes. Vislumbrar con nuestra experiencia la fragilidad que supone la condición humana.
Darnos permiso para no sentirnos culpables por aquello que no podíamos evitar. Darnos permiso para celebrar su recuerdo sin tanto dolor en la medida de nuestro estado. Sin prisas por quemar ninguna etapa, tampoco las más iniciales y dolorosas. Teniendo el valor de decir a los nuestros que esta vez aún no podemos, que la próxima lo volveremos a intentar. Sin olvidar que bajo el sol del verano nuestro recuerdo puede brillar más intensamente estemos donde estemos. Va siempre con nosotros.
Moltes gràcies, Carles.
Són tant certes aquestes paraules…!!!!
Ajuden a acceptar que els records convisquin amb nosaltres de manera natural i cada cop menys dolorosa.
Carles muchas gracias por tu buen hacer.
Moltíssimes gràcies Carles. És un escrit meravellós. Sempre ens fas sentir a prop teu, ets molt GRAN! Unes paraules que si més no, com sempre, donen per pensar molt. Gràcies!
Gracias Carlos es muy necearia la creación de un espacio como este nuevamente gracias
Muchas gracias a ti María. Como verás en algunos de los comentarios que se han publicado tras el tuyo , ese sentimiento de duda, de no saber bien que hacer és común a la mayor parte de las personas. No hay una fórmula única, ni definitiva.
Recorre esta experiencia con la serenidad que puedas y ten paciencia con tus sentimientos. Un abrazo
Gràcies Carles, et felicito per les teves paraules. És cert que les primeres vegades de TOT són dures, però també és ben cert que el temps i, sobretot, les ganes de continuar són bàsiques per aconseguir tirar endavant. El problema acostuma a ser acceptar que no tots els dies tenim la mateixa força per “donar-nos aquest permís” i entendre que forma part del procés. Aquestes “pujades i baixades”, tot i ser cada vegada menys freqüents, reconec que em continuen descol.locant. Us envio una forta abraçada.
Muchas gracias por dedicar tiempo a escribir estos artículos, no es que nos curen el dolor que sentimos, ojala, pero si que ayuda a seguir, y cada vez que flojeo, me gusta releerlos.
Me encuentro exactamente en la situación que describes, mi primer verano, y el fallecimiento de alguien muy importante en mi vida por suicidio. Siento que tengo la obligación de intentar disfrutarlo, pero por otro lado no tengo ni ganas ni ánimos. Muchas gracias
Gracias es de gran ayuda esta reflexión.
Gràcies Carles, un escrit fantàstic. Com sempre, ajudant a veure les coses d’una manera que potser ni te l’has plantejat.
Una abraçada a tothom.
Gracias a tí, por leerme. Nos reconecemos en los sentimientos de los demás y esa capacidad nos ayuda a avanzar compartiendo nuestras experiencias, aún aquellas que nos resultan tan dolorosas
Gràcies, Carles per les teves paraules que ens ajuden en el transcurs del temps que no s’atura i que voldríem atrapar.
Gràcies, per exposar una realitat polièdrica que té moltes facetes ja que totes vibren en el nostre interior i a la vegada sabem que estan en l’interior dels altres.
Gràcies, per fer recordar-nos que estàs a prop tot i que ja ho hem sentit en moltes altres circumstàncies.
Gràcies i bon temps d’espera fins a la següent trobada.
magnifico carlos como siempre… nadie lo hubiese podido decir mejor… muchas gracias, que tengais buenas vacaciones y un abrazo muy fuerte…
Carles, et felicito pel teu nou escrit “darnos permiso”.
M’ha agradat tan el contingut com la forma en q esta escrit. Parla am coneixement, am sensibilitat, respecte i el q es mes important, encoratja i obre les portes als supervivents, a permetres petits plaers de vida.
Dios es tan real! Son las palabras que describen exactamente como me siento. Muchas, muchas gracias.