(Debido a su extensión y con la única intención de facilitar su lectura dividí el presente artículo en dos entradas. La anterior entrada de fecha 18.09.16, corresponde con la primera parte de este artículo)
Cosas que debemos considerar y podemos hacer para enfrentar la culpabilidad
Debemos tener muy presente que no es una decisión que tomamos nosotros. Así pues, aun cuando podamos entender que su acto fuera causado por un estado de ánimo determinado, a causa de una posible patología mental o física, esa es una decisión que no nos pertenece. Fue él o ella quien decidió suicidarse.
No entraré en la consideración de si esta es una decisión libre o no, porqué creo que en la mayor parte de los casos la conducta suicida todavía hoy supone un verdadero misterio. Podemos suponer, todo parece apuntar a que en la mayoría de los casos es un acto fruto de la desesperación, de la convicción de que no hay camino desde la vida para resolver sus conflictos, pero también es cierto que otras personas en circunstancias semejantes no se suicidan. El suicidio es un acto individual, que forma parte de la conducta humana y que en muchas ocasiones desgraciadamente, no se puede evitar precisamente porque se produce por un acto voluntario y definitivo de la persona que lo acomete, se encuentre o no en un estado de claridad mental.
Para los que forman parte de su entorno, la cuestión es que una vez acometido el acto suicida con resultado de muerte, los familiares, las personas que la querían deberán gestionar esa decisión probablemente sin compartirla, y en un estado de profunda aflicción.
Posiblemente no podremos aceptar su decisión, con seguridad no la compartiremos, pero deberemos aprender a seguir nuestra vida, contemplando la existencia de esa persona en su totalidad, y no solo limitada por su final. Deberemos aceptar lo irreversible de su decisión y de las consecuencias para nuestra vida con una profunda generosidad para su recuerdo y para nosotros mismos.
Para situar en el plano de la realidad nuestra implicación en su muerte, deberemos aceptar nuestra propia limitación para intervenir en la vida de otras personas. No somos dioses, no podemos anticipar la conducta de los demás, ni tenemos la capacidad de evitar determinados acontecimientos. No somos seres todopoderosos. No podemos obligar a ser felices a los demás por decreto. Las personas somos en último extremo responsables de nuestros actos. En esa parte íntima, intransferible que conforman nuestros pensamientos más profundos, nuestra identidad.
Podemos pensar que si hubiéramos insistido más a su médico para que lo medicara, o por el contrario si no lo hubiéramos controlado tanto… que deberíamos haber estado más con él o ella, que lo dejamos demasiado solo/sola, o que estábamos demasiado encima…. Todos esos escenarios de revisión de nuestra conducta que ya he mencionado serán obsesivos. Volveremos una y otra vez sobre lo que hicimos bien o lo que hicimos mal, sobre lo que deberíamos haber hecho de otra manera. El impacto de la conducta suicida nos somete a una situación de permanente inculpación. Pero lo cierto es que en la mayoría de los casos lo que hicimos, lo hicimos des del amor hacia esa persona.
En algunos casos la culpabilidad se deberá al sentimiento de liberación que experimentamos cuando la persona fallecida nos deja. Este proceso suele producirse cuando ha ido acompañado de una prolongada enfermedad que ha sometido a los familiares y personas próximas a una situación de largo sufrimiento: intentos repetidos de suicidio, enfermedades mentales graves…enfrentamientos constantes… El suicidio es visto entonces como una liberación que nos enfrenta a nuestro supuesto egoísmo por preferir la muerte de la persona querida, cuando en realidad es simplemente una resolución en la que nosotros no hemos intervenido… aun cuando en momentos de extremo desánimo hayamos fantaseado con ello.
Tal vez ahora sabemos que no lo hicimos todo bien, que nos equivocamos: aún en ese caso, normalmente nuestra conducta no era dolosa. No lo hicimos con la intención de perjudicar. No sabíamos más, no estábamos preparados para identificar o afrontar esas conductas, no estuvimos suficientemente atentos quizás…. Cada suicidio es diferente, cada persona lo es también. Deberemos aceptar que por lo que hace a esa persona que queríamos, no podremos hacer nada más, porqué su decisión establece un punto final también en nuestras vidas. Que a partir de ahora se explicarán por un antes y un después de su muerte.
Tendremos que aprender a perdonarnos y a perdonar a quien nos dejó.
“Creo que la persona que se suicida deposita todos sus secretos en el corazón del superviviente, le sentencia a afrontar muchos sentimientos negativos y, es más, a obsesionarse con pensamientos relacionados con su papel, real o posible, a la hora de haber precipitado el acto suicida o de haber fracasado en evitarlo. Puede ser una carga muy pesada”. Cito muy a menudo estas palabras de Edwin Shneidman, porque me parecen muy esclarecedoras del escenario al que cualquiera que ha sufrido una pérdida por suicidio deberá enfrentarse.
Corremos el riesgo de sentirnos “cómodos” con nuestra culpabilidad.
La recurrencia de los sentimientos de culpabilidad puede llegar a convertirse en una conducta que nos ligue al recuerdo de manera obsesiva. Puede ser que nos acomodemos en esa conducta, porque nos ofrece la falsa creencia de que es un modo correcto de recordar a la persona que hemos perdido. Podemos llegar a creer que “así” tenemos más presente nuestro vínculo con ella. Nos sentimos culpables y lo recordamos, lo lloramos y por tanto no lo olvidamos. En ocasiones, nos podemos sentir culpables simplemente por no haber pensado en esa persona durante un tiempo, o por haber sonreído, o habernos sentido felices durante un breve momento.
En realidad el recuerdo y la presencia de nuestro ser querido nada tiene que ver con sentirnos culpables. Muy al contrario, tiene que ver con nuestra propia capacidad de restablecer nuestra vida aceptando el vacío que esa persona ha dejado. Debemos reconstruir nuestra vida sin la presencia, sin la compañía de nuestro ser querido. No es reemplazable, nadie ocupará su lugar, nadie ocupará ese vacío, pero podemos descubrir un nuevo territorio que la ausencia y el trabajo que hayamos hecho con nuestra pérdida nos permite reformular
La culpabilidad nos liga obsesivamente a su final trágico, pero nos aleja de la posibilidad de convivir con su recuerdo desde la serenidad y la comprensión de su existencia conteniendo lo bueno y lo malo que toda vida conlleva. Nos condena a juzgar su vida y la nuestra solo desde un punto de vista instalado en lo negativo, favoreciendo un retrato incompleto e injusto que no nos permite avanzar y que encapsula a quien perdimos en su condición de suicida, cuando su vida sin duda contiene multitud de facetas distintas.
Cuando el tiempo de la pérdida transcurra y nuestro dolor no sea tan intenso, empezaremos a respirar sin pesar nuevamente, a entrar en contacto con otras personas, sin que la tristeza nos inmovilice. Eso no es malo, no estamos obrando mal. Simplemente el paso del tiempo nos ayuda a procesar todo lo que hemos sufrido. Nuestra propia vida se abre camino entre la pesadumbre y el abatimiento que nos ha invadido.
No hubiéramos querido realizar este trayecto, no era nuestro deseo, pero no podemos evitar que nos pasen cosas negativas a nosotros ni tampoco a las personas que queremos. A partir de esta evidencia nuestro futuro todavía está por escribir. Nos costará un esfuerzo terrible restaurar la confianza en el porvenir, en la vida que creíamos llevar y que un mal día se torció. Podemos decidir seguir aferrados a la culpabilidad y los sentimientos negativos, o podemos intentar recorrer el camino generoso del perdón y el afecto junto a las personas que nos rodean, y que viven también apenadas por esa pérdida.
Podemos quedarnos en ese lugar oscuro y terrible que nos aguarda en nuestros peores momentos, o empezar a caminar pidiendo ayuda, buscando el contacto con otras personas con quien compartir todo ese amor que ahora no tenemos a quien dar.
Haciendo todo esto no olvidaremos nada ni a nadie, pero concederemos a ese recuerdo la luz que merece en nuestro pensamiento y en el de todas las personas que lo conocieron.
De esa decisión somos solo nosotros responsables, como lo fueron ellos de la suya.