Por ser tú, estoy aquí

El reagrupamiento y el establecimiento de una eventual tregua para antiguos conflictos es uno de los comportamientos más habituales de las familias, al poco tiempo tras la muerte de uno de sus miembros.

Justamente esto es lo que se ha producido en el grupo Olé Olé tras la pérdida de uno de sus fundadores, Juan Tarodo, que falleció el pasado 9 de mayo de 2013. Era compositor, letrista y percusionista, aunque se le ha conocido más por ser uno de los fundadores del grupo de los 80.

Olé Olé cosechó grandes éxitos en una dinámica de solistas que abandonaron y se integraron a la formación sucesivamente hasta que ésta se desintegró. Solamente la muerte de Juan Tarodo, justamente quién ostentó el rol aglutinador del grupo, ha conseguido, 20 años después, que sea posible reunir a la mayoría de sus miembros para honrar su memoria de la forma que saben hacerlo: con su música.

Aquí os dejo el videoclip de la canción, una excelente expresión del duelo por su pérdida, que a la vez sirve para sublimarla convirtiéndola en una buena causa: Los beneficios discográficos y editoriales de este tema irán destinados a la pareja y los hijos del fallecido, que se encuentran en una situación económica delicada.

Sin duda, una buena idea para regalar a una persona en duelo. Espero que os guste.

Abrazos,

Enric

 

 Por ser tú - Olé Olé

La primera luz al amanecer
Y una tibia sombra en tu lugar
Y aún así puedo verte y resides en mi realidad
Nada queda atrás, es un ciclo más
Gira y vuelve a golpe de pasión
Y nunca faltarás, ya que bailas en mi corazón
 
Por ser tú estoy aquí
Y tu ritmo vive en mí
Es tu mirada
Son tus palabras a la eternidad
Por ser tú
Hoy tu sueño está a mi alrededor
Tu sonrisa canta tu calor
Se adelantó el destino
Y nos dejó la estela de tu amor
 
Por ser tú, estoy aquí
Y tu ritmo vive en mí
Es tu mirada
Son tus palabras a la eternidad
Por ser tú…
 
Estarás aquí, seguirás aquí
En cada paso, en cada canción
Revivirás la luz
Harás brillar el sol, brillará el sol
Por ser tú, estoy aquí
Y tu ritmo vive en mí
Es tu mirada
Son tus palabras a la eternidad
Por ser tú, estoy aquí
Y tu ritmo vive en mí
Es tu mirada
Son tus palabras a la eternidad
Por ser tú…
Por ser tú…

Navidad y la presencia de la ausencia

La Navidad obliga a la celebración y a la alegría de compartir el festejo con la familia. Pero… ¿cómo es posible celebrar las fiestas si nos sentimos tristes por la pérdida de un ser querido? ¿Tiene sentido celebrar algo cuándo no se tiene ánimo de hacerlo? En estas fechas, las personas que se encuentran en un proceso de duelo se sienten todavía más tristes, saturadas, con sensación de pérdida de control emocional, sin fuerzas para decorar la casa, comprar regalos, u organizar una comida familiar, a la vez que su entorno presiona para que lo hagan. De este modo se presentan importantes retos para las familias que han perdido a un ser querido, y más especialmente si la pérdida se ha producido recientemente, y este es el primer año en el que se debe afrontar la celebración de la Navidad.

Empezamos un periodo en que se presentan diversas ocasiones en las que tradicionalmente las familias se juntan. Hijos que viven lejos “vuelven a casa por navidad”, y nos reencontraremos con familiares con los que no tenemos un trato diario. Pero este año tenemos una nueva invitada a la mesa: la ausencia; el vacío que ha dejado el ser querido que ya no está. Sin duda, una convidada que ha irrumpido en la celebración en contra de nuestra voluntad. La ausencia es silenciosa pero se hace muy presente y representa una implacable evidencia de la pérdida de nuestro ser querido. Ante ello, no es extraño que algunos miembros de la familia tengan un auténtico terror al abordaje de estas fiestas y que cada individuo se sienta atrapado en una situación que amenaza con desbordar los propios recursos emocionales. Hay distintas formas en las que una familia se enfrentan a ello, es decir, qué hacen y cómo lo hacen, que recursos ponen en marcha, cómo entienden lo que están sintiendo, para dar respuesta al evento al que se están enfrentando. La familia tendrá que hacer esfuerzos cognitivos y conductuales para manejar las necesidades propias y del resto de familiares, quizás con temor a no ser capaces de afrontarlas.

Es por ello que muchas familias optan por intentar ahorrarse el sufrimiento evitando compartir y reconocer la presencia de la ausencia. Actúan como si no hubiera ocurrido nada, desviando la mirada del lugar que ocupaba el fallecido en la mesa de Navidad. Es como si hubiera un elefante de color rosa en la habitación pero todo el mundo se comporta como si no lo percibieran. Esta es una reacción humanamente comprensible ya que el dolor es tan intenso que se intenta evitarlo a toda costa. Lo malo es que no hay lugar para la expresión del dolor;  es como si hubiera un pacto implícito según el cual nadie está autorizado a mostrar públicamente sus auténticas emociones. Sin duda, esto requiere un esfuerzo personal de autocontención que convierte la experiencia de la celebración navideña en algo todavía más doloroso. Otras formas de “evitar” al alcance de la mano en estas fechas, y que no van a ayudar en absoluto, pueden ser, por ejemplo, un consumo excesivo de alcohol (beber para olvidar), la ingesta desmesurada y las compras compulsivas. En definitiva, con este tipo de afrontamiento no se resuelve el problema y se pierde una oportunidad de oro para compartir el dolor de la ausencia con nuestros seres queridos.

Sin embargo otras familias optan por una estrategia de afrontamiento activa sobre la presencia de la ausencia. La persona fallecida no está, pero sigue presente en el recuerdo de todos. Los familiares han acordado qué hacer con el espacio vacío que hay en la mesa de la celebración de Navidad. Algunas colocan una vela encendida, o una fotografía, como símbolo de reconocimiento y respeto al fallecido. En ocasiones, hay familias que incluyen en el menú el plato preferido del fallecido a modo de homenaje. Hay quien prefiere hacer un brindis por la memoria de quién ya no está. Se trata de pequeños rituales que permiten compartir el dolor y expresar el vínculo afectivo que persiste con la persona que murió.

En este tipo de estrategia afrontamiento activo los familiares se dan permiso para hablar de cómo se sienten ante la ausencia, y entienden que es natural que en determinados momentos alguien necesite llorar o sentirse triste.

Otras familias reorganizan las funciones y los roles de sus miembros, tratando de encontrar una nueva forma de celebrar las navidades que resulte satisfactoria para todos sus miembros: quizás sea un buen momento para “pasar el testigo” generacional en la función de encargarse de la organización de la celebración navideña. Se trata de reinventar una nueva Navidad adaptando los rituales y costumbres navideños a la nueva situación.

No existe una forma mejor ni peor de afrontar las fiestas navideñas cuando se está en duelo. Cada familia debe encontrar una manera de organizarlas que haga sentir bien a todos sus miembros, consiguiendo que éstas no impliquen un dolor añadido al de la pérdida.  Es por ello que invito a todos aquellos que ya habéis vivido unas navidades en duelo a que compartáis en este blog aquellos pequeños rituales o recursos familiares que habéis puesto en marcha y que os han sido útiles. Quizás sean de gran ayuda para aquellas personas que afrontan sus primeras navidades sin los seres queridos que han perdido este año, que también quedan invitadas a compartir sus planes para estas Navidades.

Os deseo una Navidad serena, en compañía de los que compartís el sentimiento de dolor por la pérdida de vuestro ser querido.

La amenaza de desintegración de la familia tras la pérdida: un ejemplo público

Bowlby definió, en 1980, el duelo familiar como el “proceso familiar que se pone en marcha a raíz de la pérdida de uno de sus miembros”.  Sin duda, las familias ven alterado su funcionamiento habitual ante la crisis que implica la amenaza de pérdida y la propia muerte de uno de sus miembros. Si la familia tiene suficientes recursos reaccionará con un cambio adaptativo. Si carece de ellos, se enfrentará a dificultades que pueden implicar su desintegración.

Un ejemplo de ello se puede apreciar en la familia de una conocida cantante de nuestro país, que a principios de agosto del 2008 ingresó en el hospital por una ictericia no filiada. En un primer momento se consideró como una enfermedad crónica que se descartó a finales del mismo mes, confirmándose el diagnóstico de cáncer de páncreas. Sin tiempo para pensarlo, la paciente y parte de su familia se trasladó a Houston con la esperanza de encontrar un tratamiento que salvara su vida pero todos los esfuerzos resultaron insuficientes, perdiendo la vida casi dos años más tarde.

Por lo que podemos conocer de esta familia a través de los medios de comunicación, todo parece indicar que tenía una estructura matriarcal en la que la fallecida desarrollaba el rol principal. Con una personalidad tan arrolladora como su arte, fue el motor de los ingresos de la familia, y tejió una estructura profesional en la que su hermano ejerció las funciones de representante artístico, y la esposa de éste trabajó junto a ella como asistente personal de la máxima confianza. La hija de ambos, y sobrina de la cantante, fue educada para seguir los pasos artísticos de su tía. En el momento que la enfermedad irrumpe en esta familia, la artista estaba divorciada de su primer marido, con quién tuvo una hija a la que bautizó con su mismo nombre (quién sabe si con un deseo inconsciente de trascender a su propia existencia), y se había vuelto a casar de nuevo, adoptando dos hijos con su nuevo marido.

Siete años después de la desaparición de la cantante, el periodismo del corazón nos muestra un panorama familiar muy distinto:

El esposo de la artista sufrió un terrible accidente de circulación provocando la muerte de un ciudadano, presuntamente a causa de una conducta de riesgo que los tribunales no lograron demostrar. Durante el juicio, y siempre según informaciones aparecidas en la prensa, varios testigos le escucharon decir: “ojalá me hubiera muerto yo”. Nos podríamos preguntar si la presunta conducción temeraria respondía a un deseo inconsciente de reunirse con su amada.

Por lo que respecta a los hijos, la primogénita ha desaparecido del escenario público y parece que mantiene una cierta distancia respecto al resto de la familia. Los medios de comunicación refieren dificultades de relación del hijo adoptivo con su padre, así como una falta de definición en un proyecto personal evolutivo.

La cuñada ha experimentado una espectacular transformación, de modo que guarda un asombroso parecido con la fallecida tanto a nivel físico como en su lenguaje corporal. Para sorpresa de toda la familia ha pasado de ser la discreta asistente de la artista a desarrollar un rol profesional prestigioso, convirtiéndose en la que probablemente genera más ingresos de todos. Su hija, que un día estuvo predestinada a seguir los pasos de la tía, parece que no logra hacerse un hueco como cantante, aunque ha conseguido otro trabajo como comentarista de televisión.

El hermano, que a priori podía parecer quién gozaba de una mejor posición en la familia, lo ha perdido todo: Según se refiere en la prensa rosa, a pesar de haber recibido una importante herencia se encuentra aplastado por las deudas. Lógicamente ya no puede ser el representante de la cantante fallecida, y tampoco la de su propia hija, que ha decidido relevarle en esa función. Su matrimonio se ha roto en mil pedazos. Hace poco tiempo declaró: “Si mi hermana viviera, todo esto no hubiera ocurrido”. ¡Cuánta razón tiene!

Lamentablemente, su hermana no puede seguir viviendo, pero eso no es incompatible con encontrar un nuevo equilibrio que resulte satisfactorio para todos los miembros de la familia.  Para ello se hace necesaria una profunda reflexión en común de todos ellos sobre la estructura familiar, los vínculos afectivos, la evolución de los roles, la flexibilidad, los sistemas de comunicación intrafamiliares, las reglas familiares, normas, valores, los modos de resolución de conflictos, la no normatividad de la pérdida, el momento del ciclo vital familiar en que acontece la muerte, posibles secretos de familia, lealtades ocultas, etc… También podría resultar positivo para todos comprender  la manera en que cada uno ha rediseñado su nueva vida a partir de la pérdida, y de qué modo influye en la de los demás miembros de la familia.  Por supuesto no es tarea fácil. Quizás un terapeuta familiar hubiera resultado de gran ayuda para ello.

No quisiera terminar sin agradecer a esta familia su generosidad por mostrarnos públicamente su evolución, cosa que me permite ilustrar la amenaza a la que se ven sometidas las familias en su proceso de reorganización durante el duelo, así como expresar mi más profundo respeto por el sufrimiento que arrastran todos sus miembros desde la pérdida de su ser querido.