Cuenta la leyenda que andaban errantes por el desierto los cuatro hijos de Alí-Babá, sumidos en la tristeza por la muerte de su padre, y sin saber cómo resolver un problema familiar: su testamento.
Alí-Babá tenía 39 camellos, y era su deseo dejar la mitad de su legado al primogénito, una cuarta parte sería para el segundo, la octava parte para el tercero, y la décima parte para el hijo menor. ¿Cómo podían hacer las cuentas con 39 camellos? Parecía imposible. Llegaron a discutir airadamente hasta cruzarse en su camino a un anciano beduino, famoso por su sabiduría, a quién decidieron consultar.
Éste les prestó momentáneamente su camello, de modo que pudieron proceder a hacer las cuentas: De un total de 40 camellos, la mitad, 20, serían para el hijo mayor. Para el segundo, al que le correspondía la cuarta parte, le quedaron 10 camellos. La octava parte para el tercero, es decir 5 camellos. Y al hijo menor le correspondieron 4, que es la décima parte de 40. En total sumaban 39 camellos, de modo que le pudieron devolver el suyo al anciano beduino.
Utilizo frecuentemente esta metáfora para ilustrar cómo debería ser cualquier relación de ayuda. En el momento que la familia solicita soporte al terapeuta, éste se integra en ella durante un tiempo para posibilitar el desbloqueo de dificultades emocionales. Una vez el grupo familiar ha podido avanzar, el terapeuta debe poder separarse de la familia (o de la persona en duelo) y dejarla marchar libremente para que pueda seguir su camino.
En referencia al soporte al duelo, no es infrecuente encontrar relaciones terapéuticas interminables, a veces enmascaradas bajo cursos de formación en duelo o talleres experienciales que se encadenan consecutivamente. Por supuesto que cada ser humano elabora sus pérdidas como le resulta posible, y que en virtud de la diversidad humana no hay un tiempo establecido para hacerlo. Se trata de un proceso emocional progresivo, con altibajos, y ante todo muy doloroso. Acostumbrarse a convivir con la ausencia de alguien querido no es tarea fácil, ni rápida. Pero todo ser humano tiene derecho a construir una nueva forma de vida que integre la ausencia del ser querido sin necesidad de depender eternamente de un soporte especializado. Respecto al terapeuta, es de esperar una actitud ética y honesta que le debe llevar a proponer, como último objetivo terapéutico, un trabajo de anticipación del duelo por la finalización de la psicoterapia.
Por ello quizás sea una buena idea que la persona o familia en duelo y el profesional de soporte dediquen un tiempo para definir los objetivos terapéuticos y esbozar una temporalización al principio de la relación asistencial, y que puedan revisar periódicamente el camino que han avanzado juntos, así como el que todavía queda por recorrer.
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