Las emociones están siempre presentes en nuestras vidas, aunque no siempre les prestamos demasiada atención.
Tendemos a buscar la reproducción de aquellas experiencias que provocan emociones que nos aportan bienestar, como la alegría y el placer; mientras tratamos de evitar o eludir las experiencias que pueden dar lugar a emociones que nos producen malestar, como la tristeza y el miedo.
Sin embargo, existen situaciones que, ineludiblemente, van a generar en nosotros emociones desagradables. La experiencia de pérdida es un ejemplo de ello, ya que con ella afloran diferentes emociones y sentimientos de gran intensidad. Si no son atendidos, igualmente van a quedar allí, atrapados en nuestro interior, y nuestro organismo va a reaccionar con síntomas que actúan como señal de alarma para indicarnos que algo va mal.
Por lo tanto, quizá deberíamos cambiar nuestra actitud ante las emociones y prestarles la atención que merecen como primer paso para ponerles nombre, expresarlas y canalizarse de forma adecuada.
El recurso que utilizamos comúnmente es el de compartir lo que sentimos con alguna persona de nuestro entorno más próximo. Alguien de confianza, que nos escuche, respete, y comprenda.
Aunque disponemos también de otros recursos para la expresión de nuestras emociones. La escritura es uno de ellos, desde la descripción de lo que pensamos y sentimos, pasando por la elaboración de un diario, hasta la narración de historias, cuentos, poesías, etc. Todos ellos resultan un buen ejercicio para poner en orden pensamientos y emociones, nos ayuda a reflexionar sobre ellos y analizarlos.
Cuando nos resulta difícil expresar a través de la palabra, también disponemos de herramientas a través del arte y la creatividad para encontrar otras vías de expresión. Así, podemos componer un tema musical, dibujar, pintar… lo cual facilitará el fluir de nuestras emociones.