Tengo la cabeza hecha un caos, todo el día los pensamientos me arremeten, no paro de pensar…, no me siento bien, estoy a menudo nerviosa, me irrito, exploto…, me siento vacía y me da la impresión que no hago nada bien…
No hablo con nadie de mis sentimientos, me los guardo dentro de mí, una y otra vez. Se va formando a mi alrededor una especie de coraza protectora que no permite manifestarme de forma auténtica.
Mi relación de pareja no funciona desde hace ya mucho tiempo, la comunicación va desapareciendo poco a poco y la frialdad va llenando el espacio compartido. Como un epicentro de malestar físico y emocional voy esparciendo esta vibración negativa a mi alrededor. Lo perciben mis hijas, mis padres y hermanos.
Debido a mi educación tradicional y con una moral católica bien arraigada, tengo bien integradas determinadas creencias que practico asiduamente: no es bueno mostrar tus debilidades, fuera de casa hay que mostrarse fuerte, todo marcha bien…, en consecuencia exteriormente y socialmente mi vida es puro teatro.
Para aliviarme de todo ello me sumerjo en el trabajo. Intento ser eficiente, curiosa, detallista, creativa…, me esfuerzo mucho, no me importa el tiempo que le dedico, aunque todo ello me provoque estrés. Pongo toda mi ilusión en ello, porque quiero ser una buena maestra, mis alumnos se lo merecen. Paso muy buenos momentos con ellos, disfruto al ver sus progresos y me sorprenden con sus creaciones, me gusta esta profesión. El trabajo a menudo es duro, los problemas surgen, al no estar bien conmigo misma hace que me muestre más exigente de lo conveniente y también que a modo de escudo salga a relucir una parte de dureza personal.
Todo este conflicto íntimo duró un año y otro y otro…, muchos…, la relación de pareja cada vez era peor, ninguno de los dos buscábamos una solución, parecía que ya nos habíamos acostumbrado a este sistema de vida aparente.
“EL CUERPO GRITA… LO QUE LA BOCA CALLA”
Mi cuerpo hacía ya tiempo que hablaba, pero yo aún no lo comprendia. En una exploración personal me pareció notar un pequeño bulto en la mama derecha, fui al ginecólogo, me hicieron pruebas y decidieron que aunque era pequeñito debía extraerse ya que había unas células dudosas y era mejor prevenir. Esto pasó hacia 1983: Primer aviso.
Desde este momento entré en un sin fin de revisiones ginecológicas periódicas. Al mismo tiempo y durante años mi estómago también me avisaba, me dolía frecuentemente, claro está que no digería mis emociones, pero en aquel entonces yo no era consciente de ello. Este malestar duró mucho tiempo, pruebas y pruebas y medicación para aliviar. También la cabeza me hacía padecer su malestar, mi mente trabajaba demasiado alimentando y recreando pensamientos nocivos y culpabilizantes.
Otra de sus advertencias fue que me diagnosticaron anemia, me faltaba hierro, tenía cada vez pérdidas mayores en la menstruación, iban en aumento. De nuevo revisiones y revisiones, observando en la matriz numerosos miomas; diagnóstico: matriz fuera. Otra parte de mi cuerpo tocada.
Al cabo de poco tiempo dolores en la pierna izquierda, varices demasiado dilatadas, peligro de trombosis y la siguiente operación.
Mi cuerpo me avisaba una y otra vez, pero no lo comprendía porque no lo escuchaba. Pasó el tiempo y esta vez como un gran altavoz me gritó la prueba final.
En la próxima entrada os cuento cómo esta prueba final cambió radicalmente mi vida.